La adolescencia es tierra de nadie. Ya no eres un niño, pero tampoco eres un adulto. En esa etapa de la vida el cuerpo sufre todo tipo de cambios físicos, psicológicos y afectivos que resultan extenuantes para el púber que daba muchas cosas de su vida infante por sentadas. Todas las certezas se desdibujan. Y si nada es cierto, entonces todo es discutible y surge la rebeldía adolescente. La contestación contra el statu quo. Y es labor de los educadores y formadores reconducir esa rebeldía para obtener de un protoadulto a todo un ciudadano de provecho. Y es justo en esa etapa de la vida tan crítica, tan transcendental para la formación del individuo, que a esta sociedad tan individualista no se le ocurre mejor ocurrencia que cogerlos a todos y amontonarlos como si fueran ganado. Y encima en territorio hostil. En el instituto. El odioso instituto.
Insisto en que no hay etapa más crítica, ni más traumática.
Puede que su red neuronal ya se haya reconfigurado y amoldado a su futura realidad adulta. Pero los adolescentes no son adultos, ni de lejos. Carecen de la experiencia y de los conocimientos de lo que significa ser adulto. Desconocen las responsabilidades asociadas a tal adultez. Todavía son completamente irresponsables como los infantes, pero en el instituto se les exige una responsabilidad que se les da por supuesta. Los profesores se enfadan con ellos exigiéndoles un comportamiento que todavía les es ajeno. ¿Cómo se supone que deben comportarse? Si esta sociedad fuera lógica, se obligaría a los aspirantes de adultos a convivir con otros adultos para que aprendieran los comportamientos socialmente aceptables, pues el adolescente aprende por imitación. Pero en vez de eso, se coge a los adolescentes y se les encierra en un aula, como si estuvieran en la cárcel, junto con otros 70 mandriles, para que se comporten como babuinos. Y con un único adulto al mando de todo aquel pifostio, que queda totalmente desbordado ante tanto ímpetu adolescente y tanta hormona desatada. ¿El profesor? El profesor es el enemigo a batir, no el modelo a imitar. Y si el profesor no es capaz de imponer un orden civilizado en esa jungla, entonces es cuando surge espontáneamente el orden incivilizado. Los 70 mandriles se agrupan automáticamente en tribus, clanes, grupos, pandillas… y toda pandilla tiene un jefe. El jefe del clan. El cabecilla. Los mandriles y babuinos guiados por sus instintos primates se agrupan en torno al macho alfa. Y el macho alfa es siempre aquel que demuestre tener las mejores aptitudes atléticas.
Lo hemos visto millones de veces en películas para adolescentes. Es un cliché cinematográfico muy manido. Pero es un cliché dolorosamente real. El grupo de los populares. Y el grupo de los populares es siempre el grupo de los deportistas. En Estados Unidos los populares son los que juegan al fútbol americano. En España los populares son los que juegan al fútbol. Pero el fútbol de verdad, el de pegarle patadas a un balón. El balompié. Nada de touch downs. Si juegas al fútbol estás en el grupo. Si no juegas al fútbol entonces estás fuera. Y si no estás con ellos entonces estás contra ellos. Es pura lógica simia. Y otra de las características del líder primate es su odio feral a todo aquel que esté fuera del grupo.
En el colegio los niños se pelean y tienen broncas. Sí. Cierto. Pero los niños tan pronto como se pelean se olvidan y se reconcilian. En el instituto es diferente. En el instituto cualquier mínima diferencia se vuelve irreconciliable. Es en la etapa de la adolescencia cuando surge el acoso escolar. Se acosa con saña al diferente. Se le insulta, se le ningunea, se le anula. Se le pone motes: autista, marginado, friki…
¿Hace falta explicar en este punto que yo era el friki del instituto?
Y supongo que tampoco hace falta explicar mi odio cerval hacia los deportes o cualquier otro tipo de actividad que requiera correr, sudar, golpearse y tener contacto físico con una pandilla de simios furibundos y desatados.
El instituto para mí fue un calvario y un auténtico horror. Gracias al cielo mis aficiones frikis me permitieron juntarme con otros marginados de la sociedad como yo, de gustos similares y logré formar mi propio grupo de juegos de rol. Y aquello supuso un cambio mágico. Y en verdad resultó ser mi salvación. Resulta que mi etapa de adolescencia e instituto coincidió con un terrible acto luctuoso, que en España recibió en los periódicos el desafortunado titular de “el asesinato del juego de rol”. Sumemos un cambio en mi forma de vestir en plan heavy, con pelos desgreñados, barba sucia, camisetas negras con calaveras y tenemos la transformación de adolescente pardillo a adolescente temible. Los mismos mandriles que me acosaban en el patio, poniéndome motes denigrantes, de repente se escabullían ante mi presencia por si acaso quería vengarme de ellos en un aquelarre sangriento. Y no es coña. En aquella etapa recuerdo ser convocado ante el jefe de estudios del bachillerato para ser interrogado y se llegó a cuestionar mi actitud provocadora (yo no hacía nada de nada excepto fumarme las clases para ir a jugar a Magic. Los demás chicos del insti se fumaban las clases para ir a jugar al mus pero a ellos no se les llamaba ante el jefe de estudios). Incluso recuerdo que se me preguntó si yo era el líder de un culto satánico. No estoy de coña. Verídico. En aquellos años se desató una verdadera caza de brujas contra el juego de rol. Era una caza de brujas puramente mediática, pero tenía un efecto claro en la sociedad. Fue por esas fechas cuando se acuñaron frases como “La policía investiga si el caso está relacionado con un juego de rol”. Y fue también por aquellas fechas cuando entre los jugadores comenzó a circular la soflama: “juego al rol y mato viejas” pero todo en plan choteo. Recuerdo también la anécdota de una madre preocupada que prohibió tajantemente a uno de los del grupillo del rol que volviera a jugar con nosotros a ese juego de asesinatos, porque tenía miedo de que su hijo se le volviera un delincuente. Mucho más tarde llegaría Columbine y las críticas a la violencia en los videojuegos. Pero esa ya es otra historia…
Bueno, el caso es que este post de hoy pretendía ser una prolongación del post anterior, Puñeteros traumas adolescentes, que hablaba sobre unas muñecas llamadas Ever After High y ahora me estoy dando cuenta de que no hay relación aparente entre ambos escritos. Supongo que pretendía explicar por qué el instituto me parece un trauma. Pero lo he explicado desde mi punto de vista subjetivo que es puramente masculino. Aunque estoy convencido de que muchas féminas podrían relatar perfectamente sus propias historias de horror, angustia y sufrimiento teen. Y no puedo obviar el detalle de que las muñecas de Ever After High se dividen claramente en dos bandos antagónicos. Royals y Rebels. Populares contra marginados. Atletas contra pardillos. Matones contra frikis. Más que de comportamientos sociológicos estamos hablando ya de algo que forma parte de la mitología popular moderna. ¡Aúpa las Rebels! ¡Aúpa los frikis!
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